domingo, 9 de diciembre de 2018

Conociéndonos con la Vieja Verde

Todavía recuerdo la primera vez que la monté, se veía tan intimidante y reconfortante a la vez… Tenía miedo, miedo a no poder dominarla y perderla en el proceso, tu siempre te veías tan seguro y tan feliz con ella. Nunca vi a nadie dedicarle tanto tiempo como tú lo hacías con ella, cualquier detalle fuera de lugar por más mínimo que fuera, te hacía volverte loco… y ahora, sería yo quien tendría que preocuparme porque no le pase nada. Me acuerdo textualmente que me dijiste: “súbete con mucho cuidado, recuerda todas tus habilidades en la bicicleta y el auto, es juntar las dos cosas y sentirte libre”, me dijiste que hiciera millones de pasos antes de salir en ella, que estuviera seguro lo que fuera hacer, que estabas orgulloso de mi.

Cuando llegó el momento de salir, no lo podía creer. Tu me decías: “ponle primera hacia abajo y empieza a salir de a poco…” Podría sentir tu miedo, estabas de muerte si algo le ocurría a alguno de tus hijos, ya sea por ella o por mi.  

Y pasó, agarré la Kawasaki KLR650 y salí, salí a rodar imitando lo que siempre te veía a hacer. Tomé la moto, y recuerdo cuando me dijiste que fuera a dar una vuelta a la manzana y volviera, no esperabas que me desapareciera por media hora encantado de las sensaciones que había logrado… Cuando llegué, recuerdo como me abrazaste y me decías el susto que habías pasado por la vieja verde y por mi…. Estabas con el alma en un hilo preocupado de que algo nos hubiera pasado por el tiempo que pasamos fuera, nunca se te pasó por la cabeza que nos habíamos vuelto uno y el tiempo dejaba de pasar. Cuando te conté, vi tu rostro emocionado porque son las mismas sensaciones que tu habías vivido cuando eras joven, cuando tenías mi edad… 

Aún recuerdo que desde ese día, empecé a diario a “practicar mi manejo”, cada vez que dejabas la moto en la casa, yo iba y te la pedía inventando cualquier excusa para poder salir a manejar.





Recuerdo una vez, que salí en la moto y volví muy tarde, estabas desesperado por miedo a que algo nos hubiera ocurrido, se te vinieron a la cabeza todas esas “caídas tontas” de principiante y tuviste mucho temor que algo así nos pasara… 
Cuando llegué, me diste un gran sermón, me contaste una de tus aventuras de principiante y la que más me marcó fue cuando tu te compraste esa primera moto: 
“Le pedí a un amigo que me fuera a comprar la moto porque no sabía manejar…. Practique varias veces dando la vuelta a la manzana de la casa de mi mamá. Cuando por fin me atreví a ir a la casa de tu mamá, venía de regreso y sentí un extraño ruido en la moto, miré hacia atrás sin darme cuenta que venía una curva en Grecia y me caí al bandejón central. Me rompí el pie, además de la pata de partida de la moto y el intermitente, entre otras cosas… 

Como mi mamá no me quería pasar el dinero faltante para pagar la moto, esa semana la dejé donde un amigo vecino mientras simulaba que no sentía dolores frente a mi madre para evitar su odio hacia las dos ruedas”. 
Todo esto me realizó más sentido al momento de contarle a mi propia madre que manejaba motocicletas. cuando intenté mencionarle mi interés por este mundo, me amenazó de que me echaría de la casa si lo hacía. A diferencia de mi padre, tuve que ocultar durante años esta gran pasión que llevaba en el alma. 
Este secreto permitió unir el lazo padre e hijo, siendo cómplices del mismo secreto que si bien, atormentaba a mi padre cada vez que salía, lo hacía recordar toda esa “reveldía” de joven que lo hacía sentir sensaciones únicas al recorrer en moto. Ride or die.


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